Lo peor de esta Copa América es el desconcertante futuro que nos espera. Contrario a lo que suele argumentar Bolillo, el Ecuador futbolero no está «molido» por los resultados, sino por la forma en que estos llegaron. Y ahora, cuando el fracaso está consumado, se evidencia con mucha más claridad, porque Carlos Villacís no debía nombrar un cuerpo técnico, 6 meses antes de irse: en lugar de embarcarnos con un proyecto integral, lo hizo en la figura de un discurso. Motivador y envolvente. A partir de ese día, volvimos a no tener claro lo que deseamos y mucho menos cómo hacer para obtenerlo.

Debo empezar diciendo que no creo, Bolillo debe seguir. A esta altura, me resulta imposible encontrar argumentos futbolísticos que avalen su gestión actual, pero, sobretodo, su intervención positiva en un corto plazo. Si bien es cierto, las críticas para Hernán llegaron mucho antes que su equipo se pare en cancha, lo peor vino cuando sus muchachos fueron al terreno. Ya no se trata de discutir sobre gustos particulares. Que el discurso y propuesta de Gómez guste mucho o poco, es indiferentes a lo mal que su idea ha sido plasmada.

Ecuador es un equipo hecho para esperar y luego pegar. En teoría, con solvencia defensiva estructural y dotado de velocidad en transición, deberíamos haber construido, sobre esta base, el desarrollo futbolístico del equipo. Ni lo uno, ni lo otro. En esta Copa, solo Bolivia hizo menos y recibió más goles. Pasa que luego de 13 partidos al mando, Bolillo ha desarrollado un modelo inofensivo. Incapaz de gestionar ataques en bloque, porque se para muy lejos del arco rival. Y, cuando tiene obligaciones de ir hacia el frente, su posesión es estéril. Sin progresar entre líneas, se desgasta con toques horizontales – intrascendentes – entre sus centrales e interiores.

Y así se podrían hacer larguísimos balances sobre cuál cambio fue mal realizado o qué nombre debió haber ingresado a la lista. Todo eso ya no importa. Lo verdaderamente utilitario, para ser una selección reconocible, pasa por identificar los caminos a seguir. No podemos continuar especulando con argumentos tan arcaicos como «conoce el grupo, el país o la coyuntura». En el fútbol actual, la preparación del más mínimo detalle cuenta. Sobretodo, en grupos donde no sobra talento. Al contrario, hay que generarlo.

Por eso, la contratación de un cuerpo técnico «interventor» es clave. Fuera de rótulos, ofensivo – defensivo / posesión o juego directo, quiénes bajen línea al proyecto deben establecer cuál será nuestra identidad futbolística y así empezar a desarrollar el futuro del fútbol ecuatoriano.

Es inconcebible haber escuchado a dirigentes pasados nombrar perfiles de entrenadores, como si de restaurantes de comida se tratara: hoy italiano, mañana oriental y pasado amazónico.

Ahora es el turno de Egas. Francisco tiene la oportunidad de cambiar la viejas estructuras que norman el fútbol de nuestro nuestro país. Es imperativo lograr que un proyecto como el de Jorge Célico, por ejemplo, no muera en determinada sub 20. Sino que pueda tener resonancia con un combinado de mayores, diseñado para ser el fín del ciclo. No el ciclo en sí.

Es una verdadera lástima que la narrativa Bolillo se esté escribiendo así. Con todos sus errores actuales, lo que dio y generó en su momento, jamás deberá ser olvidado. Él es historia de nuestro fútbol. Lamentablemente y, aunque todo el mundo se esfuerce en negarlo, con el nombre ya casi nadie gana. Mucho menos si se lo estampó allá por 1999.

Por José Carlos Crespo

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