En la cancha uno del complejo deportivo Juan Pinto Durán sólo queda un seleccionado. Pese a que la suave práctica de la Roja terminó hace 40 minutos, a Alexis Sánchez no le importa.
El delantero de Arsenal maneja sus propios tiempos. Aunque sus compañeros se paseen por el recinto vestidos con ropa de calle, listos y dispuestos para gozar de la tarde libre, él no para de trabajar. Al contrario, disfruta entrenándose, exigiéndose.

Su jornada comenzó igual que la de casi todos, es decir, con un trote suave. Para esto, no necesitó ningún tipo de vendaje en el tobillo derecho, zona que trajo maltrecha desde Inglaterra y que lo tenía en duda para esta doble fecha de las Eliminatorias ante Argentina y Venezuela.

Durante el ejercicio se le vio risueño, con mucha energía. A simple vista, no había rastros de dolor. El técnico Juan Antonio Pizzi y sus colaboradores lo observaron con tranquilidad, porque las señales que dio ayer el Niño Maravilla fueron absolutamente positivas. “Lo de Alexis es menor. No corre peligro”, confirmaron aliviados, desde el staff de Macanudo. Algo distinto a lo que sucede con Gary Medel.

Después del trote inicial, el tocopillano trabajó en el gimnasio, para luego volver a trotar. Esta vez estuvo acompañado por el doctor Fernando Radice.

Ambos recorrieron las dos canchas del búnker de la selección chilena durante varios minutos, tiempo en el que aprovecharon de conversar. El atacante llevaba la batuta de la charla. Parecía bastante divertido, porque sus carcajadas resonaban en Pinto Durán, mientras el resto de sus compañeros ya estaban en los camarines.

Quedarse solo no le importaba. El sol, tampoco. Alexis, sin polera, lucía su musculatura. Quiere llegar en buenas condiciones al duelo con la Albiceleste de Lionel Messi, sin duda, un encuentro especial para él.

Hasta que se detiene. Los sparrings y algunos funcionarios de Pinto Durán lo miran atentos. Seguramente, piensan que se irá al vestuario a cuidarse el tobillo lesionado; pero no.
La estrella de los Gunners toma una colchoneta azul y comienza a elongar, ayudado por Radice. Mientras lo hace, Alejandro Richino, preparador físico del equipo, se acerca a ver el estado del delantero. También el kinesiólogo Pedro Oñate. Todos realizan gestos de optimismo con respecto al pie diestro del jugador.

Luego se van. ¿Alexis? Se queda en la cancha, de espalda en la colchoneta, como si estuviera broncéandose en la playa. Ni siquiera se molesta en ponerse a la sombra. De pronto, se da vuelta y sorprende a todos: 15 flexiones de brazo y luego 15 abdominales, todo a una gran rapidez.
Su amigo Mauricio Isla lo ve y no pierde la oportunidad para bromear. El Huaso, de short y polera, ríe con su compañero, que permanece en el césped. Luego, coge un balón y continúa con las abdominales, esta vez utilizando el implemento.

No hay quien pare a la máquina Alexis. Sólo él decida cuándo parar. “Si fuese por él entrenaría todo el día. No descansaría nunca”, confidencian en el lugar sagrado de la Selección.
Ya se cumple una hora desde que terminó el entrenamiento. Alexis se hidrata con una botella de agua mineral sin gas. El resto del contenido se lo vacía encima para refrescarse. Hasta que, lentamente, se levanta, camina y deja la cancha de Pinto Durán. Se va, pero está más presente que nunca.