Grita, dice que tiene que pasar, que conoce a alguien dentro de la discoteca Reina, en el corazón de Estambul, donde un atacante acaba de cometer una matanza. Un policía le pasa el brazo por encima de los hombros y el hombre estalla en llanto.

Como decenas de personas, este hombre se precipitó en Ortakoy, elegante barrio de la orilla europea de Estambul, en cuanto escuchó que la exclusiva discoteca había sido blanco de un ataque que dejó por lo menos 39 muertos, entre ellos 16 extranjeros, y 69 heridos, según las autoridades.

Enseguida, policías y curiosos lo apartan de los periodistas. Se desmorona, llora, grita. Un grupo de hombres trata de tranquilizarlo, uno de ellos le cede su chaqueta para protegerle del frío. A la 1:15 de la madrugada del domingo (22h15 GMT del sábado), una persona armada con un fusil se plantó delante de la discoteca y disparó contra un policía y un civil que se encontraban delante, antes de entrar en el local y abrir fuego contra cientos de personas que celebraban la Nochevieja.

10 minutos después de su llegada al Reina, la discoteca más elitista de Estambul, Sefa Boydas huía del caos y la muerte. «Justo en el momento en que nos instalábamos cerca de la entrada, hubo mucho polvo y humo. Sonaron disparos», explica a France Press en declaraciones que reproduce ‘El Mundo’ este futbolista profesional, que juega en el modesto equipo de Beylerbeyi de Estambul, de la tercera división turca.

«Probablemente hay más (muertos), porque a medida que yo avanzaba, algunas personas pisoteaban a otras», describe Sefa Boydas, que llegó al Reina con dos amigas. La escena que describe refleja el pánico que cundió entre los presentes, de los cuales muchos saltaron a las aguas del río Bósforo para escapar de las balas. Al escuchar los disparos, «muchas chicas se desmayaron», asegura. Fue el caso de una de sus amigas. «Me la cargué en la espalda y empecé a correr inmediatamente».

«No sé cómo logré huir», afirma. «En momentos así, uno no espera. Los tiros se oían a la izquierda, por lo que corrimos directos hacia la derecha». «Seguramente unas 50 personas lograron huir de esta manera», relata todavía conmocionado. La policía llegó rápidamente, pero «no pudo hacerse con el control de la situación de forma inmediata, (porque) no sabía quién era (el atacante). Todos éramos sospechosos», cuenta.

Las autoridades hablaron de un «terrorista», pero varios medios turcos se refirieron a «al menos» un atacante disfrazado de Papá Noel. Según el ministro turco del Interior, Suleyman Soylu, la policía sigue buscando al asaltante.

Irónicamente, el futbolista no quería ir al Reina, porque temía «una pelea, alguna cosa, una bomba». Turquía sufrió el año pasado varios atentados, muchos de ellos en lugares frecuentados por turistas, como este club nocturno.»¡Eso no puede ocurrir en un lugar como el Reina!», le dijo un amigo. Al final, se dejó convencer. Pero «tuve un presentimiento…», asegura. «Vinimos para pasar un buen rato hoy, pero todo se transformó repentinamente en caos y en una noche de horror», cuenta Maximilien, un turista italiano.

Decenas de periodistas locales y extranjeros se agolpan detrás del cordón policial. Entre ellos hay también allegados de las personas que estaban en la discoteca en el momento del atentado, con las caras visiblemente marcadas por el cansancio y la preocupación.Una mujer de unos 50 años, con un chal sobre los hombros, mira a su alrededor y se va acercando a diferentes grupos de gente para tratar de recabar información. «Mi hermana estaba dentro», relata. «Me ha llamado y me ha dicho que había disparos y ya. No he podido volver a comunicarme con ella desde entonces».

Las decenas de ambulancias estacionadas en las inmediaciones cruzan poco a poco el cordón para dirigirse a la discoteca.Una mujer de unos 30 años vestida con un largo abrigo rojo y una gran bolsa colgada del brazo permanece inmóvil. «Mi hermano está dentro. He tenido noticias. Gracias a Dios está bien. Ahora le espero», suspira.

Las ambulancias vuelven a salir abriéndose camino entre la gente. Poco a poco, el número de ambulancias disminuye hasta que un policía anuncia que ya no queda nadie dentro del local.La mujer con el abrigo rojo se aleja caminando rápidamente repitiendo en su teléfono: «No llores, no llores, ya llegamos».

Tres hombres jóvenes discuten a gritos. «Es tu culpa si vinimos aquí», lanza uno de ellos dirigiéndose a otro. «Estábamos en una fiesta de Fin de Año un poco más lejos, pero se ha terminado antes de lo previsto por esto», explica. «Ahora esperamos». ¿Qué esperan? «Saber lo que está pasando», responde.A lo lejos se escucha la música de otros bares y discotecas de Ortakoy donde continúan las celebraciones.