El más sorprendente de los incidentes con elementos pirotécnicos proscritos se registró en un espacio de aficionados (fan zone, en la jerga de la UEFA) de Niza el pasado miércoles al durante el partido entre Francia y Albania, en el que los locales vencieron por 2-0.
A pesar de las notables medidas de seguridad, desplegadas por la amenaza terrorista sobre la competición pero también para evitar más problemas entre hinchadas, un aficionado francés de origen albanés logró introducir una bengala en ese espacio habilitado para que los aficionados sigan los partidos en pantallas gigantes.
Lo hizo disimulando el artefacto en su propio recto, según informó el fiscal de Niza, Jean-Michel Prêtre, que señaló que la bengala medía 18 centímetros de largo y 4 de diámetro.
El aficionado, de 18 años, logró herirse a sí mismo y a otras dos personas antes de ser detenido por la policía. Será juzgado mañana, lunes, en comparecencia inmediata.
"No es festivo en absoluto. Una bengala puede herir o quemar a los aficionados de alrededor. A partir de ese incidente, hemos decidido reforzar aún más los controles de las zonas de hinchas", ha declarado el secretario de Estado francés para el Deporte, Thierry Braillard.
El responsable político insistió en que "todo el mundo debe asumir responsabilidades" y darse cuenta de el peligro que representan esos elementos pirotécnicos en las grandes concentraciones de gente.
"Cuando hay 15.000 personas, es imposible pasearse con una antorcha en la mano. Debemos responsabilizar a los aficionados: puede generar consecuencias graves y el que saca la bengala se puede arrepentir toda su vida", dijo Braillard ante unos hechos que distan de ser episodios aislados.
Aunque el capítulo de la bengala en el recto resulte el más chocante, el incidente más grave, al menos en lo deportivo, tuvo lugar en Saint-Etienne, durante el partido entre Croacia y la República checa.
El árbitro se vio obligado a detener el encuentro durante 6 minutos después de que los aficionados croatas lanzaran varias bengalas al campo, actitud que le ha valido a Croacia una investigación disciplinaria de la UEFA.
Al término del encuentro, el seleccionador croata, Ante Cacic, lanzó un mensaje inequívoco: "No son seguidores, son terroristas del deporte", dijo.
El episodio de la tribuna croata, por el que se ha disculpado su federación, no ha sido el único de su tipo. Durante el partido entre España y Turquía (3-0) del pasado viernes en Niza se encendieron tres bengalas en la grada turca.
Un hombre de nacionalidad francesa fue detenido como responsable de dos de ellas y otros dos franceses de origen turco fueron arrestados por encender o transportar bengalas delante del estadio antes del encuentro, informaron las autoridades, mientras que la UEFA también ha abierto expediente.
En el enfrentamiento ayer entre Islandia y Hungría en Marsella (sur), se produjo una humareda en la grada húngara en la segunda mitad y su capitán, Balazs Dzsudzak acudió a su fondo a pedir calma para evitar la suspensión del encuentro.
El diario "Sud Ouest" publicó que ese mismo viernes un aficionado húngaro logró penetrar con una bengala en la zona para hinchas de Burdeos (suroeste).
Ese mismo día en Toulouse (sur), un seguidor sueco fue detenido por un hecho similar ocurrido el espacio con pantallas gigantes reservado a las aficiones durante el partido entre Italia y Suecia (1-0).
Por su parte los rusos, señalados ya por las batallas contra seguidores ingleses en Marsella al inicio de la Eurocopa que dejaron 35 heridos y cuatro graves, uno de ellos crítico, encendieron otra bengala dentro del estadio Pierre-Mauroy de Lille el pasado miércoles durante el duelo entre Rusia y Eslovaquia (1-2).
La UEFA ya tenía a Rusia en el punto de mira por los disturbios dentro del estadio -su jurisdicción- durante el partido con Inglaterra, hechos por los que había amenazado a Rusia con la expulsión del torneo.
La presencia de bengalas en los estadios y en las zonas de aficionados, a pesar de los concienzudos controles de acceso, han vuelto a poner en entredicho las medidas de seguridad en una Eurocopa de alto riesgo, en la que 90.000 personas vigilan para que no haya que lamentar incidentes de ningún tipo.