No hubo partido. Ni futbolística ni etimológicamente hablando. Sería un error decir que River-Patronato fue un partido: en ningún momento el fútbol se partió. Fue todo de un solo equipo. Uno que está validando la presunción tácita de que “el día que Gallardo se dedique a full al torneo, arrasa”. Y está, pues, arrasando, sosteniendo la ventaja estadística de siete puntos con Talleres. Una distancia que podrá ensancharse o achicarse en modo bandoneón pero que deportivamente hablando es amplia respecto al nivel de nuestra terrenal liga local.

River no perdona ni siquiera ofreciendo las ventajas clínicas de las inoportunas lesiones. Quizás esa fue una de las señales más claras de la falta de equivalencias entre el líder y el antepenúltimo: que aun cuando River recibió un impacto anímico fuerte al minuto por la baja de Felipe Peña, en tan sólo diez minutos halló los espacios y las combinaciones necesarias para desactivar el repliegue rival: Palavecino encontró un espacio detrás de Vázquez y Canteros y aguijoneó a través del tiro menos atajable de todos los que anoche recibió Matías Ibáñez.

La capitalización de cada uno de los errores del arquero de Patronato es también un rasgo que explica por qué River paga menos que cualquier otro equipo de la Argentina en las apuestas: Julián Álvarez es su estricto castigador. Porque si das un rebote bajo, él la mete pateando. Si salís mal o tarde pero no le das ángulo, él igual define y convierte. Si rechazás alto, él cabecea y la pelota entra. Si Carrascal lo encuentra bárbaro, él la pincha y claro, entra… Y con esa facilidad a favor, al puntero le alcanzaron algo más de cuarenta minutos para empezar a regular cargas pensando en la próxima fecha -Platense en Vicente López- y darles minutos en consecuencia a Carrascal, Zuculini y Braian Romero.

Gallardo ha constituido un equipo de las cenizas del post Mineiro: rejuveneció y energizó a un plantel que parecía prematuramente desgastado. Al que agosto se le había caído encima como si se tratara de diciembre. El Muñeco ordenó el almanaque, sumó alternativas y reinventó un equipo. Con otro estilo, con otra disposición, con futbolistas con apego al toque corto pero con inteligencia para darle sentido a la posesión que en el último tiempo casi siempre roza el 70%, pero a la vez con contracción táctica para la recuperación post pérdida. River es un todo, un tetris de virtudes que ensamblan perfecto.

Álvarez en ese contexto no deja de ser el mejor entre los mejores a la altura de Enzo Pérez, el creador de todo lo que pasa adentro de la cancha. Posiblemente ahí se perciba otro rasgo de River: los rendimientos top antes eran de De la Cruz y Suárez y ahora, post bajas, son de Palavecino y Enzo Fernández. Otro mérito de un entrenador al que River se resiste a perder en 2022.

Porque sólo él parece capaz de desoxidar lo que parecía desmantelado para que ahora se dé el lujo no sólo de golear sino de cambiarle el sentido a la palabra partido: si este River está encendido, como Álvarez, se lleva la pelota…

TOMADO DE DIARIO OLÉ