Coldplay acompañaba de fondo a Guardiola cada noche importante en el Camp Nou y ahora es la música de Oasis la que suena en el Etihad. Dos grupos asociados a los éxitos que ha tenido durante su carrera el catalán, que aspira diez años más tarde a ponerle el lazo a la Champions. Se ha decretado el estado de felicidad en el City después de que ayer el equipo rubricara su candidatura a Europa con una final que decora una etapa que empezó en 2016.

El nombre de Pep invita a muchas cosas, autor de un equipo irrepetible. Ganar ayer al PSG sirvió de paso para enterrar las dudas que ha despertado en Champions con el City, terreno en el que siempre se quedó a medio camino: “Hay que poner en valor todo esto. Quizá esta final da sentido al trabajo de este tiempo”, opinó el propio entrenador al acabar un partido que dejó sensación de alivio. De haberse quitado un peso de encima. De haber pasado de pantalla.

El camino del City por Europa es intachable: once triunfos en doce partidos. Se puso el mono de trabajo en cada eliminatoria hasta alcanzar al PSG, el mejor ejemplo para entender su metamorfosis. A diferencia de otras veces Guardiola juntó a un equipo con muchos matices y pocas dudas, ni siquiera cuando Neymar quiso rebelarse. Ha aprendido a convivir con las cicatrices emocionales y está mucho más hecho, dispuesto a coronarse en Estambul.

Coquetea el de Santpedor con su tercera Champions, con Roma y Wembley en el recuerdo. Dos finales sensacionales que coronaron su obra en el Barça. Sujeto a mejora permanente, quiere ahora asegurar un triunfo que inmortalice su figura en Manchester. A las puertas de la copa más bonita, no parece haber otro rival con la voracidad de un City al que poco le importa verse las caras con el Chelsea o el Real Madrid. El último peaje antes de la eternidad.

TOMADO DE MUNDO DEPORTIVO