Gabriel Barbosa Almeida (30/8/96) inició la final de la Copa Libertadores fiel a su estilo, provocador, rebelde, atrevido: ese mito que dice que jamás hay que tocar un trofeo que está en disputa antes de ganarlo, a ‘Gabigol’ le importó poco y nada en el Monumental de Lima, porque en su camino hacia el campo tras dejar el vestuario, lo primero que hizo fue acariciar la ‘Champions de América’. Desafiante, como lo había sido con algunas de sus declaraciones previas al gran choque.
Hasta el minuto 89’ su partido le daba la razón absoluta a aquella leyenda. En un juego flojo de los suyos en general, el paulista de 23 años había sido la mayor decepción del Flamengo. Incómodo, desconectado, errático en las pocas que tuvo de cara a puerta y absorbido por la marca casi perfecta del veterano Pinola, el atacante del ‘Mengao’ parecía condenado por ese gesto de antes del silbatazo inicial.
A la altura de Zico
Pero si es cierto aquello de que el fútbol es la dinámica de lo impensado y de que los mitos están para ser derribados, el delantero cuyo pase pertenece al Inter de Milán lo dejó claro en apenas tres minutos. Tres minutos que cambiaron para siempre su historia personal en el partido, la del certamen y fundamentalmente la de su actual club, que gracias a sus dos goles sobre la campana hoy celebra por todo lo alto su segunda Libertadores, 38 años después.
Si en aquella gesta de 1981 el hombre a recordar pasó a ser un emblema como Zico, figura, goleador del certamen y autor de un doblete en la final, casi cuatro décadas después quien se atreve a ponerse a su altura y escribe su nombre con letras de oro es ‘Gabigol’, que repite la actuación del icono: fue la estrella de su equipo, se quedó con el pichichi del torneo (nueve dianas en 13 partidos disputados) y anotó por duplicado en el choque decisivo.
Criado entre tiroteos
Nacido en Sao Bernardo do Campo, Sao Paulo, se crió en la favela de Montanhao, “un lugar peligroso, donde pasaban algunas cosas difíciles y había tiroteos”, como contó alguna vez. Tras mudarse a Santos con ocho años, el club donde se formaron Pelé y Neymar lo cobijó y allí empezó a forjarse su leyenda: le cuentan más de 500 goles en las categorías juveniles y con 16 años, edad en la que debutó profesionalmente, firmó un contrato con una cláusula de rescisión de 50 millones de euros.
En 2016, tras coronarse campeón olímpico en su tierra junto con Gabriel Jesús y su cuñado Neymar (está de novio con Rafaella Santos, hermana del astro del PSG), el rompe redes fue transferido al Inter italiano a cambio de 25 kilos. Sin espacio allí, fue cedido al Benfica, en el que tampoco pudo acomodarse y decidió volver a los orígenes regresando al Santos, donde redondeó una aceptable, aunque no brillante, temporada 2018.
A comienzos de este año, el ariete por el que alguna vez el Barça pactó un acuerdo de opción preferencial fue cedido al Flamengo, donde la confianza que le brindó el portugués Jorge Jesus dio sus frutos al punto de convertirlo en el hombre de moda en Sudamérica y uno de los grandes objetivos de los gigantes europeos para el próximo mercado.
Problemas de conducta
Si todo balón que le pasa cerca lo manda al fondo de las mallas, lo mismo sucede con los líos: donde hay uno, ahí está Gabriel. De hecho su punto débil tal vez sea su conducta, ya que tuvo problemas tanto en el Inter (con un entrenador) como en el Benfica (con un compañero al que empujó durante un entrenamiento), y en este 2019 que aún no concluyó, acumula 19 tarjetas amarillas y dos rojas, una de ellas en la final frente a River, tras haber marcado los goles del triunfo.
Su propio entrenador, el mismo que lo potenció al máximo, hace poco tiempo admitió que “es un jugador emocional con muchos problemas, todavía no puedo equilibrarlo y me preocupa mucho. Los grandes jugadores del mundo no tienen estas actitudes y situaciones que él tiene, pero es joven y tiene tiempo para cambiar”.