Todo cuanto rodea a Jorge Mendes es superlativo hoy en día, desde los adjetivos que le adjudican hasta el hecho de que las dos biblias de la prensa económica, The Wall Street Journal y Financial Times,le hagan los honores como el hombre que dirige los destinos del fútbol mundial. Nunca un agente de jugadores, un intermediario al fin y al cabo, había alcanzado tal grado de protagonismo. Hasta un organismo como la UEFA, tan poco acostumbrado a plegarse a las decisiones de los Gobiernos, reconoce su preocupación y pide informes reservados sobre el origen de los fondos que financian sus operaciones con las grandes estrellas. Se ha dicho de él que es la “mano invisible” de este deporte.
Además, Mendes (prefiere que le llamen George) tiene hábitos de estrella. No elude los focos, se hace acompañar de sus representados y se deja ver en los palcos de los grandes estadios con los magnates del fútbol mundial. Su imagen está ligada al éxito. Viste trajes a medida, complementos de primera marca y se mueve eternamente acompañado de varios teléfonos móviles como para evidenciar que su laboriosidad no conoce el descanso, que es un ejecutivo on line, siempre conectado. Todavía joven (49 años), tiene un aire dinámico (“alardea de que desayuna en Madrid, come en Londres y cena en Milán”, confiesa un periodista) y unos modales que le permiten hablar de tú a tú con los jugadores: no ejerce de padre-asesor sino de colega-amigo.
Su empresa (Gestifute) tiene una estructura familiar (no alcanza los 30 trabajadores) y emplea a algunos parientes; entre sus colaboradores está su segunda mujer, Sandra, con la que tiene tres hijos, lo cual evidencia un entorno muy cerrado. Aunque concede muy pocas entrevistas (no aceptó una para este reportaje) es, sin embargo, un hombre accesible a la prensa, a la que cuida con sus confidencias y, en ocasiones, con sus fiestas, como las que organiza en su casa de La Finca, en Madrid, la lujosa urbanización donde residen multimillonarios y estrellas. Como contraprestación, la prensa le ensalza y, visto el panorama, los competidores callan.
Condecorado con la Orden al Mérito Deportivo en Portugal, reconocido como el mejor agente FIFA del mundo en los tres últimos años, recién ingresado en el club de los 50 portugueses más ricos, los reconocimientos se suceden como si su capacidad para el éxito no tuviera fin. De cómo ha logrado llegar a lo más alto se sabe poco. Todo lo superficial en la vida de Jorge Mendes es público. Todo lo que es sustancial es opaco, se guarda en contratos, acuerdos de palabra o se pierde en algunos paraísos fiscales.
Su biografía está escrita casi a su conveniencia, es un clásico del hombre hecho a sí mismo. Está dicho que es hijo de un funcionario de la empresa pública Petrogal y de una artesana que elaboraba cestas de mimbre, cuyos productos ayudó a vender de niño. Se sabe que fue un futbolista menor que militó en equipos de segunda fila hasta que, trasladado con su familia al norte de Portugal, llegó un día a un acuerdo con el presidente del modesto club Lanheses: propuso no cobrar un salario a cambio de la exclusiva de la publicidad estática del campo.
Regentó un videoclub. Abrió una discoteca. Hábil para los negocios, dotado para las relaciones públicas, su primera operación está documentada: tomó las riendas del portero Nuno y se lo ofreció al Deportivo de la Coruña en 1997. Su presidente entonces, Augusto César Lendoiro, recuerda a un muchacho joven que “me visitaba todos los días sin cita previa y esperaba las horas que fueran necesarias para ser atendido y que, luego, me acompañaba a cenar”. Mendes llegó a tener escondido a Nuno en un hotel para que el presidente de su club de origen, el Vitoria de Guimaraes, no sospechara nada malo. La operación se firmó, aunque Nuno no llegó a tener una trayectoria feliz en el Depor, donde jugó más bien poco. Así que no podría decirse que fue una gran operación. Lendoiro recibió con el tiempo algunas ofertas más, como cuando le trajo escondido en un coche al jugador Cuaresma. Años después, Mendes le habló a Lendoiro de un joven jugador muy prometedor que se llamaba Cristiano Ronaldo. “Ya era muy caro”, recuerda.
Cristiano es el punto de inflexión en su carrera, el que abre a Mendes la puerta de los grandes clubes, tras su traspaso al Manchester en 2003 y su posterior llegada al Real Madrid en 2009. Puede parecer que todo empezó ahí, pero entre el fichaje de Nuno y la llegada de CR7 al Real Madrid pasaron otras muchas cosas en Portugal. De cómo Mendes logró convertirse en apenas cinco años en el dueño y señor del fútbol portugués hay demasiados puntos oscuros y alguna que otra anécdota violenta: en junio de 2002 se peleó en el aeropuerto de Lisboa con el gran agente de aquel entonces, José Veiga, el representante de Figo y Zidane, entre otros grandes jugadores. Viera acabó por los suelos en aquella ocasión y, metafóricamente, también poco después: Veiga hoy ya no es nadie en el mundo del fútbol.
El rastro de sus operaciones revela que, primero, asaltó el Oporto y luego el Benfica, los dos grandes clubes, hasta convertir Portugal en una suerte de escala técnica de futbolistas sudamericanos que pasaban a engrosar su porfolio (Di María en el Benfica, Falcao en el Oporto, Diego Costa en el Sporting de Braga, entre otros). Movía jugadores y entrenadores, pero, además, garantizaba líneas de financiación. Llegó a ejercer una suerte de monopolio de la propia selección portuguesa, seleccionadores incluidos. El último dato es elocuente: “La preselección portuguesa para el Mundial de Brasil contaba con 30 jugadores, 18 de los cuales eran de Mendes (además del técnico Paulo Bento) y el resto de otros agentes, ninguno de los cuales colocaba más de un jugador”, cuenta un periodista del diario Público.
¿Trabajaba más que los demás? ¿era más intrépido que los demás? ¿Cuál era el secreto de Mendes para quedarse con los mejores? Un exdirectivo explica cómo le arrebató al joven Falcao a su representante de toda la vida, al hombre que le tuvo en su casa y le protegió en los peores momentos: “Un día, llegó Mendes y le regaló un Porsche”. Esa era su tarjeta de bienvenida, el tipo de lenguaje que mejor entiende un futbolista joven y ambicioso.
Víctimas de su voracidad, sus competidores eluden hablar de Mendes: todos los demás, ponen de manifiesto lo que sucede con aquellos jugadores suyos que pierden cartel: “Son abandonados, él solo juega a caballo ganador”.
En el tablero de Mendes hay otra pieza esencial. Se llama José Mourinho, a quien convence en 2004, recién conquistada la Champions para el Oporto, de que fiche por el Chelsea. Mendes establece un círculo virtuoso entre entrenadores suyos que reclaman jugadores suyos, y financiados por fondos que no son suyos pero a los que asesora. Mendes cobra por el traspaso y una cifra adicional en calidad de asesoramiento. ¿Quién decide verdaderamente sobre el destino de un jugador? Ahí está el poder de Mendes y las sospechas de un conflicto de intereses casi permanente.
El pasado verano se vivió una verdadera exhibición: los grandes traspasos fueron suyos (Diego Costa al Chelsea, Di María y Falcao al Manchester United y James Rodríguez al Real Madrid) y también otra operación a medio plazo: Nuno, aquel primer fichaje suyo al Depor, era contratado como nuevo entrenador del Valencia, justo cuando el club estaba a punto de pasar a manos de Peter Lim, un multimillonario de Singapur. Porque allá donde hay un magnate, allí está Mendes.
La trayectoria de Nuno es interesante: después de su mala experiencia en el Depor y en otros equipos, terminó regresando al Oporto, donde le esperaban Mourinho y Mendes. Ya retirado, quiso ser entrenador y Mendes le buscó el banquillo del Rio Ave portugués, un modesto equipo de la Primera División plagado de jugadores suyos. Dos años en el Rio Ave y listo para el Valencia. Así juega Mendes al Monopoly.
Todo fue según sus deseos este verano excepto un pequeño gran detalle: no pudo colocar a Falcao en el Real Madrid. Cristiano Ronaldo hizo su parte del trabajo (hizo lobby, según algunas fuentes). La prensa presionaba anunciando el fichaje inminente. Todo estaba tan preparado que hasta a Falcao se le escapó un "Hala Madrid" en su cuenta de Twitter. Pero Florentino Pérez debió pensar que era demasiado: todavía le duele que The Wall Street Journal llegara a calificar a Mendes como el dueño del Real Madrid.