Este lunes se cumplen 30 años de la sentencia Bosman, el fallo más revolucionario jamás dictado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en materia deportiva, una resolución que cambió para siempre las reglas del fútbol y del deporte profesional en Europa. Su impacto sigue siendo visible tres décadas después, al haber derribado estructuras que mantenían a los futbolistas atados a sus clubes incluso cuando sus contratos habían expirado.
El origen del caso se remonta a 1990, cuando Jean-Marc Bosman, un centrocampista belga de apenas 25 años, denunció al RFC Lieja por impedirle fichar por el Dunkerque francés tras negarse a renovar su contrato a la baja. El club invocó el derecho de retención y exigió una compensación millonaria, lo que provocó además la suspensión del jugador por parte de la federación belga. Aquel conflicto, que truncó su carrera y lo llevó a los tribunales, fue el detonante de un proceso judicial que terminó llegando al TJUE y sacudió el statu quo del fútbol europeo.
El fallo, resumido en apenas tres puntos, reconoció el derecho de los futbolistas a trabajar libremente en cualquier país de la Unión Europea una vez finalizado su contrato, y eliminó el cupo de extranjeros para jugadores comunitarios. Años después, ese principio se extendió también a futbolistas de otros países europeos y africanos con acuerdos de asociación con la UE, favoreciendo la internacionalización de las plantillas.
Paradójicamente, mientras su nombre quedaba grabado en la historia, Bosman pagó un alto precio personal: hoy, con 61 años, vive alejado del foco mediático y subsiste gracias a una ayuda social facilitada por la FIFPro, tras haber visto su carrera y su economía devastadas por una lucha que liberó a generaciones de futbolistas.


