Salieron los dos equipos al césped con mucho que sacarle a la jornada. Si para la Real, tras el Lleida eran vendas, para el Atleti el partido había comenzado nada más terminarse el Barça-Celta. Aquel empate era tener laLiga a seis puntos si se ganaba. Pero comenzó el partido frío, en un estadio sin río y también sin calefacción.
Hacía frío y, si en la grada el viento se colaba entre guantes, gorros y plumas, sobre el césped parecía llenar de escarcha las articulaciones de los jugadores. Todo pasaba lento, hasta el minuto quince no terminó de pasar nada. Pero entonces, el acelerón. Dos ocasiones, una por equipo. En el Atleti, Gameiro, pero pensó demasiado ante Rulli y terminó haciéndose un lío cuando sólo tenía que empujar. Todavía le falta esa punta de velocidad que tenía en el Sevilla.
La otra fue para la Real pero salió de las botas de Thomas, otra tarde más lo que no es, lateral derecho. Si otras veces resolvió bien, su primera parte fue pifia tras pifia. Aquí convirtió en suicidio lo que era un balón fácil. Atrapó Xabi Prieto y William José chutó alto. La Real había pisado por primera vez el área de Oblak y acababa de descubrir que allí la hierba no mordía. Volvería una y otra vez. Era la Real preLleida. Y, lo dicho, buscaba vendas.
Su carril era el izquierdo, buscando a Thomas. Su arma, las piernas de Oyarzabal y la brújula de Illarra. Su llegadas siempre terminaban en peligro. Oblak tenía trabajo. A Xabi Prieto le haría una parada. A Oyarzabal, lo derribaría en el área, cuando la Real ya vivía en ella. Lo marcó Willian José ante un Atleti desconectado. Sin ocasiones, sin ideas y con un costurón: Thomas. Cada vez que tocaba el balón, se equivocaba. Y toda la defensa parecía contagiada de su mal. Temblorosa, más arcilla que muro.
Dos veces pudo certificar Correa que el gol de la Real había despertado al Atleti con un gol. Las dos solo frente al portero, las dos con final igual: Rulli. Mientras Gabi barría los rivales del área de Oblak y Giménez intentaba ocupar dos posiciones, la suya y la de Thomas. Sin embargo no le quitaba a la defensa su aire queso gruyére, llena de agujeros.
Correa tendría otra nada más regresar del descanso. Con Rulli vencido, a portería vacía, tras pase de la muerte de Koke, qué bota. La mandó alto, inexplicablemente. Salió el Atleti con prisa, a encerrar, acosar a la Real. Como si en la caseta hubiese recordado cuál debía ser su plan. Muy fácil: atacar a la Real, no dejarla jugar. Así tampoco lo harían Xabi Prieto, Oyarzabal y William José. Pero si Correa tenía el día a lo Vietto, Rulli tenía el día y los guantes forrados de velcro. Imposible colarle nada. Lo atrapaba todo. Y era el único futbolista de la Real en tocar un balón. El Atleti lo había pintado de rojiblanco, aunque aún no era capaz de encontrar el gol. Hasta que cogió el balón Saúl. La segunda parte sería suya. Él pidiendo juego, llenando el campo y el balón.
Hizo una bicicleta en la derecha para sentar a Xabi Prieto y centro hacia Filipe, que se sacó un trallazo de la bota a la red con la naturalidad con la que se hace un Cubo de Rubrick en cuatro movimientos, la de un genio. El empate precipitó los cambios. Eusebio, Canales. Simeone, Torres y Carrasco. Comenzaría el intercambio de ocasiones. El Atleti no dejó de atacar, pero la Real se había vuelto a quitar la escarcha de encima. El partido ya era tenis. Mirada a un área, al otra. Aquí saltaba solo Zurutuza, allá Rulli detenía impecable un cabezazo de Griezmann que olía a red. Los últimos diez minutos serían de no parpadear y remontar.
Porque a veces, el secreto es muy simple: el corazón. Si el Atleti juega sin él, es un equipo preSimeone, plano, ramplón. Pero cuando lo derrama sobre la hierba es imbatible. Allá donde parecen no alcanzar las piernas, empuja éste, éste manda. Y siempre llega. Es el Atleti, es Simeone, es intensidad lo primero. Y eso arrastra lo demás. Lo trae de la mano. El corazón. Con cresta rubia. Porque no podía ser otro que él, Griezmann, el hombre frente a su pasado. Saúl, de nuevo al inicio, la preparó y lanzó un cabezazo al palo contrario donde, en la base, apareció Griezmann como una locomotora, como si no estuviera el palo por delante, como si no hubiese seis rivales, los guantes de Rulli, para enviarlo a la red, dándole con la bota, o quizá sólo el corazón. Él no celebró, nunca lo hará ante su Real. El Wanda Metropolitano rompió a aplaudir. Medio mes después ni rastro de los pitos. El Atleti vuelve a volar sobre su capa.