Si bien es verdad que los goles centran toda la atención en un deporte como el fútbol, tan importante es quien los mete como quien los evita. En este Mundial de Qatar, Olivier Giroud y Kylian Mbappé se han llevado todas las portadas francesas pero en la semifinal ante Marruecos, saldada con victoria, el que fue más vital de todos ellos fue Hugo Lloris, el capitán.

No se entiende una selección campeona sin un gran portero bajo palos. Lo ha demostrado en muchas ocasiones el meta del Tottenham. Ayer fueron dos los momentos clave. El primero repeliendo un disparo de Ounahi y, poco después, con una mano espectacular a una chilena de El Yamiq, evitando en ambas ocasiones el empate.

Lo cierto es que la historia de este futbolista nacido en Niza no ha sido precisamente de reconocimiento. Criado en la cantera precisamente del OGC, empezó a destacar como uno de los mejores de Francia con el Olympique de Lyon tras haber pasado previamente por el Stade de Rennes y el Nancy. Era 2006, y todavía estaba empezando a escribir su etapa.

Por aquel entonces, Steve Mandanda, en el banquillo de Francia en este Mundial precisamente, parecía el presente y futuro de su país bajo palos. No duró demasiado la aventura para él. El fichaje de Lloris por el Tottenham lo puso en el panorama internacional y en el 2008 empezó ya a ser un asiduo del once, hasta que en el Mundial de 2010 ya demostró estar hecho de una pasta diferente. Desde entonces, nadie lo ha sentado. Ni siquiera ahora, con 35 años, parece que haya un digno sucesor para arrebatarle la titularidad.

Lloris ha sabido vivir en la sombra de los Courtois, Buffon, Casillas, Ter Stegen o Neuer, al que precisamente igualó como portero con más partidos jugado en los Mundiales. Nunca ha sido considerado el mejor, siempre esperando en segunda fila, pero con un carácter y personalidad fuera de duda. Tanto, que fue capaz de superar el peor momento de su carrera, con una lesión feísima en el codo en 2019 tras una caída aparatosa que lo apartó hasta 2020.

Vive cómodo Lloris en este segundo plano. Lo hace en el Tottenham, donde las miradas se van a Kane, y lo hace en Francia, donde se las lleva Mbappé. Mientras él actúa bajo palos. Con tenacidad, seguridad y entereza. Fue campeón en el Mundial de Rusia 2018 y el domingo vivirá su segunda final. Sus manos pueden marcar la diferencia, aunque delante tengan a Leo Messi.

TOMADO DE MUNDO DEPORTIVO