A veces el corazón puede más que la razón. A veces la adrenalina le gana a los dolores. A veces el amor es más fuerte, como el de Lionel Messi por la Selección. Porque de tanto intentarlo, de tanto darse la cabeza contra la pared, de tanto comer mierda, después de las finales perdidas, después de renunciar, después de volver, de vaciarse, del Maracaná, de Wembley, el mejor del mundo se rompió el alma y otra vez está en una final del mundo. Ocho años después, el capitán lo hizo nuevamente. Porque está jugando el mejor Mundial de su vida y otra vez lo volvió a demostrar.

No fue su partido más perfecto, como ante Holanda. Pero puso el alma cuando esa molestia muscular en el isquiotibial izquierdo lo empezó a condicionar a los 18′ minutos del primer tiempo. Pero Leo es tan brillante, es tan determinante, que sin estar a tope, la rompió toda, participó de los tres goles de la Selección y no fue el man of the match sencillamente porque lo de Julián Alvarez fue supersónico.

Porque Messi, que ahora festeja, celebra, otra vez agarró una pelota caliente, de esas que pesan y más cuando la zurda no estaba intacta. Porque, otra vez, de penal abrió un partido que pintaba para mucho más chivo de lo que terminó dándose, porque después de patear cuatro penales en el Mundial los arqueros ya tenían muchas referencias. Pero Leo decidió hacer un golazo de penal, para poner el 1-0, para aflojar tensiones, pero no el músculo, para ya no compartir con Batistuta el de máximo goleador argentino en Mundiales, porque ya suma 11.

Pero el corazón argento, ese que lo marcó desde chico cuando decidió jugar en la Selección y no para España, a veces puede cosas pocos entendibles. Como ese esfuerzo para no dar la bola por perdida, para darle ese pase (que después contará como asistencia) para que Julián se convierta en Kempes y empiece a liquidar la noche.

Leo, sin tanta continuidad de juego, fue clave. Siempre dijo presente en cada momento que el equipo lo necesitó, como cuando en el final del primer tiempo para sostener la bola, para hacer correr el tiempo debajo de la zurda. Y después de las manos mágicas en el entretiempo, de que su amigo Dady D’Andrea aflojara un poco la molestia, sacó a pasear otra jugada que solo dan ganas de aplaudir aunque seas croata -el resto del mundo quería que la Pulga llegara a la final-.

Leo no quería sufrir como ante Australia y Países Bajos. Entonces, armó una jugada viral por la derecha, lo sacó a pasear al pobre Gvardiol, lo esperó y lo gambeteó, hasta llevarlo hasta la raya y decirle a Julián, hoy te convertís en goleador.

Cinco goles en seis partidos. Todos gritos importantes, de esos que dejan su huella. Ya no hay dudas, ya no hay más nada. Goles en octavos, cuartos y semifinales. Messi ya no sufre, ahora disfruta y está jugando como cuando tenía 23, pero ahora a los 35 está dando su mejor versión. Y en un Mundial. Gracias, Leo.

TOMADO DE DIARIO OLÉ