Charles Gordon “Chuck” Blazer nació en Nueva York el 26 de abril de 1945. Sagaz para advertir nichos de negocios, comenzó desde muy joven a trabajar en la liga de fútbol de los Estados Unidos hasta convertirse primero en secretario general de la Concacaf (Confederación del Norte, Centroamérica y Caribe), cargo que desempeñó entre 1990 y 2011, y luego en miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA, organismo al que llegó en 1996.
En 2013 su nombre saltó a las primeras planas de los medios cuando el organismo lo suspendió durante 90 días bajo sospecha de aceptar coimas millonarias. El dirigente había sido denunciado en 2011 por el periodista Andrew Jennings, quien en el diario The Independent adelantó que el FBI estaba detrás de depósitos de más de 20 millones de dólares relacionados al fútbol realizados a cuentas que Blazer operaba en el extranjero.
La crónica del escándalo que hoy explotó en las manos de la FIFA comenzó allá por mediados de 2014 cuando el ex fiscal americano Michael Garcia presentó un informe sobre el proceso de adjudicación de las sedes de los Mundiales 2018 y 2022 asignados a Rusia y Qatar respectivamente, que había sido solicitado por el máximo organismo.
El documento daba cuenta a lo largo de sus 350 páginas de distintas irregularidades surgidas a partir de la consulta a más de 75 testigos y del análisis de distintas entrevistas y cintas de audios reveladoras. El informe del escándalo fue analizado por el presidente de la Cámara de Decisión del Comité de Ética de la FIFA y su presidente, el juez alemán Hans Joachim Eckert, intentó desactivar la bomba cuando argumentó, antes de dar el caso por cerrado, que “no se observó ninguna violación o incumplimiento de las normas y reglamentos correspondientes” pese a que también dijo en su manifestación pública que notó irregularidades en casi todas las candidaturas, las que sin embargo, consideró, no influyeron en la decisión final.
Esta desautorización pública desató la ira de Michael Garcia, quien expuso más tarde la “falta de transparencia” en el análisis de su informe e instó a la FIFA a publicarlo en su totalidad. Fue entonces que la Justicia de los Estados Unidos, advertida por el escándalo en ciernes, mandó al Federal Bureau of Investigation (FBI) a seguir la pista de la corrupción. Advertido, el organismo intentó defenderse haciendo una presentación en la Justicia en la que acusaba de corruptos a algunos de sus miembros pero desligándose como cuerpo orgánico, del bochorno.
Allí entró en escena “Chuck” Blazer. En su rol de “topo” o “arrepentido” aceptó trabajar para los Estados Unidos y grabó, micrófono mediante escondido en sus ropas, distintas conversaciones de dirigentes de la FIFA de distintos rangos. A partir de allí la Justicia norteamericana recabó datos clave y hasta confesiones involuntarias que le permitieron apuntar contra blancos inequívocos en su denuncia por corrupción, lavado de dinero y capitales, entre otras cosas, que hoy da que hablar al mundo con el allanamiento en la sede del organismo del fútbol en Zúrich, Suiza, la detención de seis altísimos miembros y la imputación de otros ocho en un escándalo de magnitudes.