Luego de estar un par de días en San Peterbursgo, donde pude observar el emocionante Suecia – Suiza, llegaba la hora de volver a Moscú. Los octavos de final se habían acabado ; el momento de la verdad, comenzaba. Al aterrizar lo que primero llamó mi atención fue el poco color que presentaba el aereopuerto de Domodedovo. A diferencia de otras noches, en que la salas de embarque y salida, bien podían ser confundidas con estadios de fútbol, hoy a penas sobrevivía el amarillo: Suecia y Brasil estaban vivos y sus hinchas debían buscar nuevas rutas.

Lo que no esperaba fue lo siguiente. O al menos no de forma tan abrupta. Era la misma ciudad, la misma calle. Los mismos restaurantes y bares, pero el mundial de fútbol se había acabado. Rusia volvía a ser Rusia. Sin hinchas, sin bulla, sin ambiente. Solo una lluviosa noche moscovita y yo, en medio del Kremlin, plaza roja y la famosa calle de las luces, muy popular por aglutinar a miles de hinchas durante el mes de competencia. Qué es esto, pensé. Si embargo, la respuesta pasó vino rápido, estaba muy claro: ya se fueron todos. Nos fuimos todos. Ahora se juega casi una eurocopa.

Sé que no descubro nada al marcar las diferencias que hay, al momento de sentir el fútbol, entre europa y el resto. Y no digo latinos, solamente, porque la alegría que transmiten los árabes, egipcios, tunesinos y marroquíes no tiene nada para envidiarnos. Pero en toda la copa  y, especialmente esa noche, comprendí que aún tratándose de, técnicamente lo mismo, donde ellos ven un deporte, un torneo de fútbol, nosotros vemos y añoramos una oportunidad.

Una oportunidad para aventurar. Para mostrar cultura, su cultura. O, simplemente para ser mejores porque «somos locales», otra vez. Esa chance para reducir las enormes diferencias sociales y económicas que existen, para aterrizarlas a un terreno donde, inicialmente, no ganan. Aunque luego, en los 100 metros verdes, se diga otra cosa.

Estoy convencido que los rusos no olvidarán fácilmente este mes. El mundo, no europeo, les enseño cosas que no creo, hayan visto. Y si lo hicieron, no les resultaba del todo cercano. A día de hoy, no podría contestar qué pasó con europa. Pero ver tan pocos españoles o alemanes en Moscú, polacos en Kazán, franceses en Nizhni o Suecos y Suizos en Peteraburgo, no fue casualidad. Siempre jugándose cosas importantes, nunca aportando presencia en las gradas.

Resultaba muy interesante ver cómo,  mientras los colombianos o argentinos, viajaban a las ciudades sin entrada comprada, haciendo un carrusel cercano a los estadios para adquirir su boleto, los pocos europeos que llegaban, entraban a la cancha sin mayores dramas. Me queda clarísimo que el gran perdedor de este mundial fue la reventa. Entradas casi siempre, a mitad de precio, en todos los partidos que se jugaban fuera de Moscú.

La final llegará. El campeón será europeo y al que le toque celebrar, llenará los noticieros globales con sus calles y plazas repletas. Ellos juegan su mundial acá, pero lo viven dentro. El resto se traslada y lo vive donde toque, aunque cada vez les cueste jugarlo más.

Mientras la lluviosa noche en la calle de las luces finalizaba, una rusa se me acercaba para gritar «rosiaaa, rosiaaa», su canto de guerra en esta copa. Y entonces asumí que, si hoy no estuviesen con vida, esto tendría menos ambiente Siberia