Messi tiene memorizada la fecha del 8 de marzo, el día que el PSG devolverá la visita al Barça parapetado en los cuatro goles de la ida de estos octavos Champions. En este encuentro, Leo se ha propuesto desquitarse del bochorno deportivo que ha supuesto un 4-0 que aún escuece en el vestuario. Por errores propios y por un rival que les tenía muy bien estudiados. A la perfección. Los franceses deberían tener en cuenta que no olvida la derrota y que está hipermotivado.

Horas después de terminar el partido, Jorge Messi fue a verle a casa y encontró un Leo muy enfadado, consciente del desastroso papel del Barça en el Parque de los Príncipes, de la imagen dada al mundo del fútbol y de su nula aportación. A Messi le duele no haber estado a la altura, de no reconocerse. Asume que el segundo gol llegó por una pérdida suya en una zona de riesgo, que apenas pisó el área e intimidó y que no aportó ni una solución. No de es un tipo de crack que culpe a los demás y busque responsables en el campo o en el banquillo. Prefiere autoinculparse pero, esencialmente, vaciarse en el desquite. Cuenta las horas que falta y maldice que el calendario retrase tres semanas esta revancha. La posible eliminación en octavos le alejaría del Balón de Oro, aunque eso no sea lo que le preocupa.

El malhumor no se intuye distinto al provocado por otras dolorosas derrotas. Su entorno lo ve incluso positivo porque muestra su elevado grado de compromiso y de competitividad. El episodio de París no debe afectar al estado de las negociaciones para su renovación, es un tema paralelo. Ni tiene nada que decir sobre el técnico ni sobre la confección del equipo. Las conversaciones discurren a un ritmo distinto a la tiranía de los resultados. Su padre viajó a Barcelona para quedarse 15 días y ya lleva siete. Se irá en una semana y se contemplan todos los escenarios. Que los contactos estén a punto de firma, avanzados o en fase de negociación, citándose para otra cumbre. Todos, no obstante, están convencidos de que el acuerdo llegará tarde o temprano. Messi así lo quiere. Y Suárez lo sabe bien.