Hubo un momento durante el partido en que la hinchada turca, definitivamente, se hartó. Y no encontró mejor diana que la de Arda Turan, su gran capitán, hasta hace bien poco ídolo y referencia del fútbol turco de la última década. Los aficionados que poblaban el fondo sur de la grada del Allianz de Niza no comprendían cómo el futbolista del Barcelona podía estar deambulando por el campo como alma en pena. Sin fuerza para acudir a las presiones, sin ánimo de revolverse contra la lección de España.

Arda, criticado con saña en su país tras la primera derrota de su selección frente a Croacia, no ofreció muestras de mejoría. Y su afición se lo hizo pagar con sonoros abucheos a los que el futbolista llegó a responder con las manos. En la víspera, el jugador azulgrana ya había comparecido en la rueda de prensa malhumorado pese a que llevaba días excusándose. «No tengo nada que demostrar a nadie», clamaba, abundando en una idea que él mismo se había preocupado de promocionar: «Jugué mal [contra Croacia]. Sin embargo, estas cosas pueden pasar en la vida. He vestido esta camiseta más de 90 veces [concretamente, 92]. Y he jugado mal muy pocas. Se podrían contar con los dedos de una mano».

Partiendo desde el centro del campo, y simplemente preocupándose de ejecutar desplazamientos largos a los que pocas veces llegaron sus compañeros, Arda siguió con ese andar cachazudo que ya conocen en Barcelona hasta que concluyó la noche.