Una vez, cada mucho tiempo, hay eventos que salen de lo mentalmente planificado y pueden, ya sea darnos una alegría enorme o sumirnos en una profunda tristeza.

En el calendario de cualquier ecuatoriano estará marcado el 16 de abril del 2016 como el día que la tragedia natural más grande de los últimos 20 años golpeó sin piedad a un país que atraviesa una crisis económica fuerte.

La solidaridad se hizo notar en poco tiempo, las muestras de apoyo (Karla Morales como ejemplo máximo) llegaron a los rincones más remotos de Manabí, provincia donde más se sintieron los daños. Quizás Ecuador estaba esperando algo más, el destino tenía deparado poner a este país en el mapa por otra cosa que el dolor que atravesamos.

Ese ‘algo más’ era la gesta del Independiente del Valle, equipo organizado, con pocos hinchas, que había ‘esquivado una bala’ contra Colo Colo. La historia de hasta donde han llegado la conocemos todos, pero eso no es lo que quiero resaltar.

Parece que el fútbol está destinado a ser el analgésico más grande de este país, por lo menos por un momento, por esos 90 minutos, las preocupaciones se van, las diferencias se acaban y todos nos unimos por una cosa en común.

Paso después del feriado bancario con la selección llegando a Corea-Japón 2002, luego después de la caída de Lucio Gutierrez con la llegada de Ecuador a Alemania 2006 y ahora, después de un terremoto y en media crisis económica, con el IDV en la Copa Libertadores 2016.

No soy de los románticos que le gusta atribuir al fútbol el nivel de una religión o un culto. Pero, como ecuatoriano puedo atribuirle fielmente el apelativo de ‘analgésico’, un analgésico para el alma.

Escrito por: Carlos Limongi